Ese día salimos temprano de Barquisimeto y tomamos la ruta hacia Quíbor, un pueblito a las afueras conocido por su icónica Tinaja, sus artesanías y sus cultivos. Pensaba que haríamos la sesión de fotos cerca de la tinaja sobre la que dimos varias vueltas, pero no nos detuvimos. Yo iba sentado en el asiento trasero derecho de un Renault Twingo plateado, íbamos al final de la caravana de autos del club Royal Life. Francisco al volante, su pareja Maria Ale de copilota y su pequeño hijo que iba sentado en el otro asiento trasero, dibujando en la ventanilla empañada por el clima húmedo de esa mañana lluviosa. - ¿Hacia dónde vamos? – recuerdo haber preguntado. Francisco solo respondió que estábamos siguiendo a Euclides en su VW Escarabajo rojo que iba de en primer lugar de la caravana con Fabricio como copiloto, quien a veces intercambiaba lugar con Jorge y Jhonny en su VW squareback color crema, de tercero venia Anger y su corsa de color celeste metalizado y de últimos nosotros. –Según lo que nos dijo Jorge, vamos a un lugar al que su abuelo lo llevaba a pasear cuando era chico, pero no nos dijo más nada.- añadió Francisco. Pasamos los desvíos de la ruta que nos llevarían a Cubiro y al Tocuyo, por lo que deduje que estábamos en la ruta hacia Sanare. La carretera se iba haciendo cada vez más angosta y nos topamos con un camión de verduras que ocupaba casi todo el ancho de la ruta. No lo podíamos rebasar. Veía a través de la ventanilla como el paisaje se poblaba de árboles de un increíble color verde, siendo opacados por la niebla que se apoderaba del lugar en ese momento. Euclides había tenido la idea de parar los autos a un lado de la ruta para tomar las primeras fotografías. Vimos que no venía nadie de ningún lado y que el camión de verduras ya se había perdido de vista, así que nos bajamos y sacamos nuestras cámaras. Era la primera vez que el club Royal Life tenía una foto grupal, era un club bastante joven y modesto, solo contaban con pocos miembros para ese entonces, sin embargo, pude notar la calidad de la amistad de los cuatro miembros que estábamos participando en la caravana ese día. A los pocos minutos seguimos rodando. Podía ver como poco a poco la niebla iba disipándose mientras nos acercábamos a un pueblito al pie de una montaña bordeando las curvas del camino. Era Sanare. Al llegar al centro, nos detuvimos y compramos unos panes dulces con café para desayunar. Los autos estacionados en la calle llamaban mucho la atención de las personas y de algunos niños del barrio que se acercaban entusiasmados a ver los autos. Luego de dejar Sanare atrás y seguir con la ruta, tuve la impresión de que ya había pasado por ese camino antes, pero no lo podía recordar, se sentía como un dejavú. Íbamos subiendo poco a poco la montaña tomando cada curva lentamente, la carretera era muy angosta y no había más protección que una pequeña baranda entre los arbustos que crecían adueñándose de la carretera. Más adelante nos encontramos con una casa bastante ostentosa en medio de la selva de árboles en la montaña, parecía una casa colonial, era de color salmón y decidimos detenernos allí para hacer más fotos. Siguiendo esa ruta, nos encontrábamos con muchas curvas, subidas, bajadas, rectas muy cortas, y cada vez el paisaje era mas verde, lleno de toda clase de árboles, se notaba que era una ruta poco transitada, solo nos cruzamos con dos motocicletas y otro camión en todo el camino. Durante un instante atravesamos un claro en la selva donde deduje que los árboles habían sido recortados, había una cabaña blanca grande con un cartel de bienvenida. Era la entrada del parque nacional Yacambú. -¡Eso era!- Pensé, por eso tenia esa sensación de dejavú. Recordé que hacia muchos años cuando estaba en primaria había participado en un campamento de 3 días con todo el 6to grado en ese mismo parque, había ignorado durante años donde quedaba exactamente, pero en ese instante la nostalgia me hizo revivir todos esos recuerdos de mi niñez. Poco a poco el asfalto de la ruta iba desapareciendo marcando el final del camino, nos adentrábamos en un bosque, estaba muy descuidado y nos detuvimos finalmente en la laguna del blanquito (asi se llamaba) para merendar. Y también para sacar mas fotos. -Yo solía venir con mi familia a este sitio los fines de semana a relajarnos, estar en contacto con la naturaleza, comer y jugar aquí- Explicaba entusiasmado Euclides. Casi podía sentirse también que ese día, él había decidido traer a sus amigos del club Royal Life a compartir un rato en familia. En ese momento valió la pena todo el misterio y el trayecto que recorrimos para llegar allí. Nos quedamos casi hasta la media tarde en la laguna compartiendo y caminando por los alrededores. Ya de regreso, al bajar de la montaña y entrar en Sanare nuevamente, estacionamos los autos sobre una calle con empedrado para sacar más fotografías y comprar helado. El Escarabajo y el Squareback seguían peleándose para ver quien llevaba la delantera en la caravana de regreso. Muchas veces pensamos que pertenecer a un club de autos se trata sobre seguir ciertas normas de modificación, o de seguir estrictas reglas, tener un líder del grupo, o que si tienes este u otro auto no puedes ser parte de éste club porque no es del mismo estilo. Sin embargo, ese día, me pude dar cuenta que ser parte del club Royal Life en sí, se trataba de ser aficionado a los autos (o #petrolista, como me gusta llamarlos), pero mas allá de eso se trataba principalmente de compartir y ser parte de una familia. Eso es algo que hace a este club y a sus integrantes únicos, por lo que estuve bastante agradecido con ellos ese día, por haberme hecho sentir parte de su familia, incluso sin que tuviera un auto. Agradecimiento especial a Euclides, Jorge, Anger y Francisco del Club Royal Life por habernos invitado a Jhonny, Fabricio y a mi ese día a formar parte como fotógrafos de ese viaje. Historia por: Martin Pacheco B. No olvides visitar nuestra tienda para ver productos diseñados para verdaderos petrolistas. |